Benjamín Vicuña Mackenna, Andrés Bello, Rubén Darío, Vicente Pérez Rosales, Lastarria, Blest Gana, A. D’ Halmar, Joaquín Edwards Bello, Mariano Latorre, Winett de Rokha y tantos otros autores notables, han sido motivo de estudio literario -auscultados obra y creador desde dentro- por la figura colosal de Merino Reyes, autor prolífico de más de cuarenta obras, entre las que se encuentran: Poesía, Cuento, Novela y Ensayo.
A la primera reflexión, cuando pienso en este lúcido escritor, me surgen dos palabras acuñadas por José Martí: “Honrar, Honra”.
Protagonista y testigo privilegiado, de primera línea en la literatura chilena del siglo XX, su amistad con: Benedicto Chuaqui, Luis Durand, Pablo de Rokha, Andrés Sabella, Antonio de Undurraga, Coloane, o Neruda, no lo alejaron nunca de la difícil tarea del juicio crítico -erudito sin ser fatigante- que encontramos en sus retratos literarios “Epitafios y Laureles”, donde también relata vivamente sus primeros encuentros con Pedro Prado, y las tertulias literarias que surgían en la antigua Librería Nascimento, de la calle Ahumada, “donde los notables de nuestras letras habían encontrado su Puerta del Sol”.
En esta misma línea nos habla de Gabriela Mistral, y para ello recurre a personajes tan entrañables como Sara Hübner “venida a la realidad de una página de Enrique Ibsen”, dice, y de súbito nos instala en el salón de Sara en Santiago, donde “disertaba don José Ortega y Gasset con sus respetuosos contertulios”. Aquí aparece el poeta Jorge Hübner Bezanilla, a quien la Mistral le confesaba su amor. Hübner le insinuó a Merino Reyes que el “Poema del Hijo”, de Gabriela, fue escrito pensando en este idilio, plasmado en versos estremecidos “En las noches, insomne de dichas y visiones/ la lujuria de fuego no descendió a mi lecho. / Para el que nacería vestido de canciones … “
Benedicto Chuaqui es retratado en su legendaria generosidad, invitando a los poetas a cenar al lujoso Hotel Crillón, en una amistad de treinta años. Además cada semana se reunían opíparamente en los salones del Club Sirio. Juntos fueron precursores del Instituto Chileno-Árabe de Cultura. Chuaqui poseía “un ánimo de trabajo, más allá de todo lo imaginable … gastaba sin desmedirse en algunas empresas culturales … un hombre repujado por la vida y por su voluntad con tal dureza, que su perfil rebasa la fragilidad humana”. Entre los años ’40 y ’60, Merino Reyes se encontró en la casa de Benedicto Chuaqui con: Diego Rivera, Jorge Amado, Nicolás Guillén, Neruda y otros notables autores. Siguen numerosos “retratos literarios” de Julio Cortázar, Humberto Díaz Casanueva, Mahfud Massis … que Merino Reyes relata distanciado de sus muertes, diciéndonos “la serenidad con que nos benefician los años, hace posible la ordenación justiciera de los recuerdos”.
Merino Reyes aborda un amplio ámbito de las letras y los autores de Chile en: “Panorama de la Literatura Chilena”, Washington D. C., 1959; “Perfil Humano de la Literatura Chilena”, 1967; “Escritores Chilenos Laureados con el Premio Nacional de Literatura”, 1979 (reeditado en 1990) que se complementan con “Epitafios y Laureles”, 1994. Estas obras las ha forjado quitando años de tiempo a su propia creación poética -editada en más de una docena de libros- para dejarnos un legado tan valioso a los seres actuales y venideros, que pareciera un universo vivido y reflexionado en muchas vidas. Pero ha sido sólo en una, en la que ha logrado sorprendernos con una creación polifacética, con publicaciones permanentes además en diarios y revistas como: Caballo de Fuego, Occidente y Atenea.
Como ha dicho Matías Rafide “es sin duda uno de los escritores destinados a permanecer en la historia de la literatura chilena”. Fernando Alegría escribió sobre su prosa “… posee un estilo y una actitud filosófica que lo diferencian nítidamente entre los escritores chilenos contemporáneos. Coartado por una cualidad de selección estricta y minuciosa y por una intuición aguda del valor pictórico y psicológico del detalle … sus instantáneas de la rutina chilena nos hacen pensar en el Joyce de los ‘Dubliners’ “.
Luis Merino Reyes nació en Tokio, Japón, cuando su padre cumplía funciones diplomáticas, en 1912. Fue secretario de redacción de Atenea y formó parte del Círculo de Amigos de la Cultura Árabe, junto a Chuaqui. Hombre de múltiples viajes y escritor de acuciosas lecturas -Goethe, Dostoyevski, Baudelaire, Rimbaud, Valéry, Balzac- ha sobresalido dignamente en todos los géneros literarios.
Su poesía es depurada y vigorosa, de sangre y fuego cuando canta a la presencia inextinguible de la amada “… nos deshojamos al pie de la cama / y nos dormimos sin oír el oleaje de la ciudad viviente / sin sospechar que la muerte pueda hacernos / su vieja travesura”.
También esta en su poesía lo sombrío y desgarrado, la hondura donde el tiempo semeja una sombra que nos acosa a cada instante “debí quedar ciego, desnudo, sin palabras”. En otros momentos surgen versos de aura cósmica, o en los que expresa la dramática condición del hombre, su finitud y transitoriedad existencial. Fernando Alegría, Rafide, Ferrero, E. García-Díaz, Hugo Montes Brunet, Rolando Sánchez, Darío Carmona, Juan Marín, Vicente Mengod, Alone … han escrito extensamente sobre su obra.
Luis Merino Reyes, ese enigmático revelador de voces nuevas, me ha sorprendido con su absoluta lucidez y templanza, cada vez que lo he visitado.
Cerca de cumplir un siglo de vida, se nos presenta como un autor centenario para nuestro bicentenario, que vive tan oculto como el más sigiloso lobo estepario, entregado laboriosamente al interior de su biblioteca, cual monje lejano, fiel y riguroso en su oficio, ordenando memorias, protegido del ensordecedor ruido que hoy padecemos.
* Publicado en Caballo de Fuego – Edición Bicentenario – Año 2010.