EL ESPEJO HUMEANTE Amazonas

Del cruce entre la voz ritual de América, el caligrama a la manera de
Apollinaire y el Haiku, saltan chispas.
Elssaca es uno de los adelantados en la selva del lenguaje, en nuestra selva lírica: en la amplia tarea para los poetas futuros de desbrozar y abrir caminos nuevos, que surjan del mestizaje e hibridez de lo americano, lo europeo y lo oriental.

Cristián Warnken
Universidad de Valparaíso

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Presentación de Gastón Soublette
Theodoro Elssaca junto a Gastón Soublette durante la lectura del texto para la presentación del libro que entregamos más abajo. Sobre la mesa vemos diferentes instrumentos musicales de los pueblos originarios.

Presentación de Gastón Soublette para:

“EL ESPEJO HUMEANTE
Amazonas”

de Theodoro Elssaca

(Acto realizado en el Centro Cultural ”Palacio de La Moneda”).

Cuando Theodoro Elssaca me pidió que presentara su libro hoy, entendí que este acto que ahora estoy ejecutando no podía sino ser un hito más de mi participación en la travesía de su existencia.

Los seres que en un largo tramo de la vida han de caminar juntos, como es nuestro caso, son convocados por algún centro magnético desde la lejanía. Hace ya veintiséis años que Theodoro, a la salida de una clase en el Campus Oriente de la Universidad Católica, se acercó a mí, emocionado por lo que yo había expresado en la clase sobre el poema “La Lámpara en la Tierra”, del Canto General de Pablo Neruda.

Orinoco – Amazonas – Tequendama – Bío Bío

Los cuatro ríos del Edén bíblico elegidos por el poeta para las cuatro regiones de su paraíso americano. Tal fue el polo de tensión que provocó nuestro encuentro.

El me cita en un pasaje de su poema, y me sindica como el descubridor de los “Arcanos de la Tierra”, …

Debo traducir este lenguaje para acercarlo al oído de este público, o del lector que recorra con su mirada estos versos, para que se sepa qué quiso decir el poeta con eso.

Yo creo que aquí se trata de la locura de Theodoro, la cual es semejante a un trance chamánico que le cambia su piel, su sangre, sus huesos y hasta el timbre de la voz para otorgarle la virtud que hace posible echar fuera, en su verdadera intensidad todas las palabras, que enhebradas en la luz y la humedad crepitante de Amazonia, logró integrar este cuerpo poético del verbo selvático americano. Así se entiende que esta locura de Theodoro es su verdadera lucidez.

Condenado por las circunstancias, al igual que cualquiera de nosotros, de una historia de degradación humana, como se puede calificar hoy los tiempos en que transcurre el día de nuestras ciudades, este hombre llamado Theodoro, que se desplaza por el laberíntico y contaminado espacio de Santiago de Chile, vive permanentemente inmerso en la expectativa de un encuentro con lo numinoso, lo trascendente. Son los permanentes ecos de un algo más, … de un más allá que gravita sobre su persona, y que a veces constantemente lo impulsa a hacer lo que hace, aunque en apariencia él se desvíe de la senda que lo llevaría más directamente hacia ese plus de la realidad. Es como si Theodoro estuviese repitiendo constantemente a la manera de un mantram el verso que dice

ME ENTREGO AL DOMINIO DE LO INNOMBRABLE

Por lo que lo conozco, yo sé que tal es la procesión que le va por dentro.

Al parecer fuimos convocados para nuestro encuentro, por ese gran símbolo cuaternario del paraíso. Los cuatro ríos del Edén nerudiano, sin nombre todavía, sin América, “antes de la peluca y la casaca”, como el poeta dice al iniciar su Canto General, antes del amargo despertar de sus pueblos a la feroz tiranía de los imperios cristianos.

En esa ocasión Theodoro se enganchó de mis últimas palabras. Era invierno, hacía frío y ambos vestíamos sendos ponchos indígenas. ¿Cuáles son esos lugares sagrados de la región metropolitana a que usted se refirió en la clase, y cómo se llega a ellos?, me preguntó.

El sábado siguiente ya estábamos trepando sobre empinados riscos frente a los Altares de Sacrificio de nuestros antepasados picunches, cerca de las localidades de Rungue, Montenegro y Llay Llay. Me parece que fue entonces que él oyó por primera vez el sonido ventrílocuo del Kultrún mapuche, el chillido binario de las Pifilkas, la algarabía de las Cascahuillas y el bramido feroz de las Trutrucas. Quinturray, la matriarca del indigenismo santiaguino y su medio hermano, el machi Bernardo, cantaban ceremonialmente frente a las formaciones rocosas horadadas por las tazas, donde el Chamán de otros siglos, llamado “El Señor de las Aguas”, depositó sus ofrendas y la sangre de sus víctimas para honrar a las potestades invisibles que cuidan la continuidad de las vertientes, los manantiales, los ojos de agua y los arroyos.

Ahí Theodoro respiró un aire territorial de pureza e inspiración, al alcance de su mano, y que él creía ser sólo el privilegio de lugares del planeta de reconocido prestigio como la Selva Amazónica, o el santuario de Ulurú, el sagrado monolito de roca roja de los australianos.

Le expliqué entonces que las piedras tazas del Quilapilún estaban dispuestas sobre la lápida de roca, siguiendo el diseño de las constelaciones. Le dije también que hasta entonces eso era un secreto, porque ningún libro de antropología arqueológica consignaba el hecho.

También le dije que en esas peregrinaciones rituales a esos lugares sacralizados por los ancestros, se liberaban energías psíquicas que nos comprometían, y que sólo el amor a la tierra y a los hombres era la fuerza capaz de conducirlas por el buen camino.

Eran los tiempos de la dictadura. Sólo a la distancia podemos ahora apreciar de qué manera todo lo ocurrido entonces en ese sentido, fue la fuerza que nos hizo invulnerables a la nefasta acción de los servicios de inteligencia y de la represión policial.

Los Arcanos de la Tierra, como él los llama, tendieron como una suerte de malla de inmensidad y luz, que nos envolvió con sus aromas indescriptibles y sus vuelos de cóndores y águilas. El mito viviente y nunca desvanecido de nuestra filiación al habitante originario, nos sustrajo de la lógica de muerte que la dictadura introdujo como un veneno en la indefensa comunidad nacional. Y eso es lo que nos dio la fuerza y el coraje de participar en la resistencia sin que nada malo nos ocurriera y poder ayudar a otros menos afortunados.

La atmósfera fatídica y desquiciadora en que vivía inmerso el país, era constantemente purificada para nosotros por las brisas de cósmica inocencia que se desplazaban como espíritus sigilosos por esas soledades donde la pata del animal de guerra no podía estampar su huella.

Después vinieron los nguillatunes, frente al monte Licán, en el Cajón del Maipo. Cuando los mapuches de Lumaco y Quepe, los de diferentes barrios apartados de Santiago, junto a los huincas indigenistas discípulos de Quinturray, dirigían rogativas a Nguenechén ante un Rehue erigido en una meseta cordillerana.

Los Cóndores, atraídos por los chillidos de las Pifilkas, los ritmos de los Kultrunes y los bramidos de las Trutrucas, con sus alas inmensas desplegadas, se mantenían inmóviles a no más de cien metros de nuestras cabezas. La hembra del puma, bajaba por los faldeos de las colinas atraída por los mismos sones, … “ES QUE TODO ESTO LES TRAE RECUERDOS”, decía el machi Bernardo.

Fueron los tiempos inolvidables en que leíamos en coro “La Lámpara en la Tierra” y “Alturas de Machu Picchu” y hacíamos danzar al ritmo del instrumental mapuche, a la comunidad universitaria del Campus Oriente de la Universidad Católica.

Theodoro en medio de todo eso, recitaba, bailaba, tomaba apuntes, realizaba diseños, meditaba en la postura del Loto, hacía fotografías, ofrecía su camioneta … y así eran cada vez más numerosos los que abrían sus ojos y su corazón a esa luz gloriosa, aspirando el NEHUEN de los ancestros.

Tales son los Arcanos de la Tierra a que él se refiere en su poema. Los antecedentes que lo prepararon para su travesía hacia “El Espejo Humeante – Amazonas”.

Los tiempos en que él publicó “VIENTO SIN MEMORIA”, (1984), libro que yo presenté en la Plaza del Mulato Gil de Castro, acto del que esta presentación es una réplica más amplia y madura.

Los ciclos de las edades del hombre no son cerrados, son espirales, cuyos ejes son interceptados en cada vuelta del espiral según la proporción del aura. Esa es la secreta verdad que subyace en La Poética Del Acontecer. Y bien sabe él con qué clase de mirada, con el brillo de qué ojos es posible ver la estructura de ese arcano del tiempo, como también sabe con qué corazón se vuelve sensible al alma humana eso que el ancestro indígena llama NEHUEN, el espíritu de la Tierra, ese que nos envolvió para sustraernos de todo daño en esos peligrosos tiempos.

Son los tiempos en que me fue revelado el secreto de sabiduría que se ocultaba en nuestros emblemas nacionales, cuando sustraje la bandera de la Jura de la Independencia de su vitrina para poder medirla y descubrir en ella una suma simbólica y geométrica de alto significado sapiencial.

Theodoro estuvo presente en el lanzamiento del libro que surgió de esas investigaciones, y que llevaba el nombre de “LA ESTRELLA DE CHILE”.

Ibamos entonces de montaña en montaña, de valle en valle, de colina en colina, de santuario en santuario, de arroyo en arroyo, soñando con una nueva estrella que habría de brillar para la patria, después de haber hundido nuestras manos en el amoroso calor de la tierra.

Eran las reuniones literarias en el boliche Las Lanzas, o en la casa de Chile-España 555. En los cerros de Valparaíso, festejando, celebrando, a pesar de la aflicción y el dolor, y ellos respondían y se alegraban a pesar del sufrimiento. “Putas la Gente Linda”, … decían. Y no era sólo nuestra pasada ocasional. Se creaban vínculos de eterna amistad, que perduran y siguen vigentes hasta hoy.

Diríase que el NEHUEN extraído de las soledades de riscos, colinas y valles, daba para alegrar a toda la población del Cerro Cordillera. Daba para serenar y abuenar a los lanzas más peligrosos, y alejar de nuestra presencia a las fuerzas más despiadadas del orden vigente.

Todo esto precedió al largo viaje que Theodoro emprendió a Europa.

Los remito a la bella introducción de su “Espejo Humeante”, que ha llamado “Peregrinación a la Fuente”, en la que él relata la fascinante aventura que vivió entonces trabajando infatigablemente en sus textos, sus imágenes, exponiendo, publicando, dialogando con figuras magistrales de las letras hispano-americanas.

Yo no sé si Theodoro tiene claro en su mente, que todo lo que antecede fue el primero y segundo paso hacia la mejor de sus obras, la que hoy presentamos, aunque ese “Espejo Humeante” que es el suyo haya estado entonces oculto para él, esperándolo en la espesura de la selva amazónica.

La imagen que me ha quedado de él en la evocación de esos tiempos es la de un hombre de una juventud deslumbrante, poseído por un entusiasmo de vivir y crear como pocos lo han tenido en este país.

Si es que deba yo dar testimonio sobre su persona en una breve fórmula diré que sólo sé que él está vivo, y eso ya es bastante decir en este tiempo de zombies y difuntos vivientes.

Nuestras rituales peregrinaciones al monte Huechún, al monte Quilapilún, a Las Terrazas de la Gloria, Los Ranchillos, La Silla, el Riscos Colorados y otros santuarios ancestrales, traían para él un impulso que debía trascender por mucho las fronteras de esta larga y angosta faja de tierra americana que llamamos Chile.

No conozco bien al detalle la anécdota de su travesía amazónica; lo que sí conozco bien es el testimonio transfigurado de la experiencia que él ha querido expresar de un modo tan fiel al modo real, que su verbo se vuelve magia, letanía y rogativa litúrgica. Se hace ritmo y conjuro, gesto y materia verbal en palabras de poder.

Su mente analógica anula la razón de esta agobiante modernidad para recrear lo que ha sido en otros siglos un habla ceremonial de cuerpo presente, que provoca los hechos que nombra, que desencadena las fuerzas que libera con sus órdenes, que vuelve visibles sus evocaciones.

La palabra de poder, la piedra de poder, el gesto de poder, el poderoso juego de las sílabas desnudas que danzan por sí mismas en sus versos, la humedad pensante, la grandeza inmóvil, el soplo suave y la sagrada ferocidad.

Todo lo que él ha amado y ha descubierto en su osada aventura, está presente en su poema. Siendo un hijo de Abraham y genéticamente monoteísta, ha sabido atravesar por la tupida malla de estos rituales sin perderse, y hasta ha sabido morir a sí mismo para renacer como un nuevo Theodoro, por la autoridad y la guía de quienes lo admitieron confiados, en sus liturgias vegetales, acuáticas y aéreas, al sentir el NEHUEN del antiguo Chile presente en su mirada.

Yo debía decir esto y de este modo ante este público, para que todos supieran qué corrientes de vida confluyeron al concebir esta travesía amazónica con el consiguiente libro, y cómo los rituales de identificación y regresión que allí describe tan a lo vivo liberaron estos versos de eso que llaman literatura, para que su palabra adquiriera la apariencia tangible y el ritmo, no de lo que ha sido pensado o inspirado, sino revelado, aparecido, celebrado, danzado y raptado de esta historia profana en que el habla ilustrada nada sabe de Los Arcanos de la Tierra.

Como diseñador, Theodoro ha hecho gala de su talento al entregarnos un ejemplar de arte editorial como pocos poetas chilenos lo han tenido. El objeto mismo compaginado y compuesto es de por sí un poema de poderosa grafía, pues él ha generado un fascinante contrapunto entre el aporte civilizado, por así llamarlo, y el pensamiento de la tribu, al estampar en cada contrapágina los petroglifos tomados de superficies rocosas o incluso troncos de grandes árboles, imágenes dinámicas y lúdicas referidas al contenido de los versos que ilustran con su proximidad.

Nuestra sensibilidad se siente interpelada y transportada por esta mágica algarabía de figuras humanas, animales, vegetales y aéreas que parecen surgir del texto, como cuando el poeta nos dice ” … Y caí socavado en la maleza / De mi sombra vi salir lagartos / arrastrándome / la respiración”.

O cuando dice “Pirañas monos y tapires en cada célula / miraban con sus ojos desde mis ojos / Todo lo que camina / vuela / o nada / pasó fluyendo por mi corazón asolado / dejando ahí sus huellas para siempre”.

Estos petroglifos en su conjunto constituyen todo un KOSMOS, Fundan por así decirlo una estética del trazo y de la geometría del capricho inspirado. Son en sí un arte completo, fruto de la actividad ceremonial de una escuela de grafía milenara. Por eso es que Picasso, refiriéndose a los animales pintados en las paredes de las cuevas de Altamira y Lascaux dijo “ninguno de nosotros sería capaz de pintar así”.
Ningún artista plástico moderno podría contener en su mente hoy la organización de este juego mágico para que su mano pudiera realizar algo que lejanamente se asemejara a lo que estas fuerzas creadoras del trasmundo han sabido estampar en rocas y árboles para siempre. Nadie tendría hoy esa vigorosa inocencia, esa sublime arbitrariedad del que ha visto lo real y lo ha recreado con igual fuerza en la recta, la curva, el ángulo, el polígono, el espiral, el círculo, las patas, las antenas, el vientre traslúcido, la abertura, la ranura, el ojo de la tempestad, la estela serpentina, el vuelo …

En mi prólogo comparo este libro con “La Consagración de la Primavera”, de Igor Stravinsky. Esa obra capital de la música del siglo XX, estrenada en 1913 en París, dejó un verdadero forado en el piso de la cultura occidental, anunciando todas las audacias del arte que en su tiempo ya comenzaban a gestarse. Stravinsky quiso aparecer en esta obra como un portavoz del sonido ancestral. Sus bloques sonoros se siguen unos a otros en una sucesión lúdica ritual sin referencia alguna a la emoción y el sentimiento. No es una añoranza romántica del orden originario de la tierra habitada por el homo sapiens arcaico, es la recreación tan cruda como le fuera posible de los remotos ritos ancestrales.

Eso es lo que Theodoro Elssaca ha logrado con este libro, Theodoro no se contentó con soñar desde su gabinete de trabajo con la inalcanzable inocencia de los orígenes, él salió a su encuentro para aprender a botar la rémora de una civilización degradada que él lleva adherida a su mente.

Su purificación nos alcanza y nos interpela. “El Espejo Humeante-Amazonas” desde hoy ha abierto un gran forado en la historia de las letras hispano-americanas.

Gastón Soublette
Santiago de Chile

Theodoro Elssaca muestra uno de los instrumentos musicales de origen milenario, usado por los pueblos originarios en sus ceremonoas sagradas, y que Gastón Soublette trajo como un aporte visual y sonoro para ambientar la presentación de este libro cuyas raices se funden con las raices de esos pueblos.
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