La Imagen del hombre

Las primeras evidencias sobre la costumbre de pintar el cuerpo, tanto a los hombres vivos como a los muertos, datan del Paleolítico Medio, por lo menos desde hace 60.000 años y nos indican la utilización del ocre rojo y hematita u óxido de hierro especular.

“No hay hombre que pueda imaginarse todo lo que necesita un hombre para parecerse más o menos al hombre.”

Johann Nestroy

Hace 5.000 años los egipcios aplicaban la galena, el minio y la malaquita, y obtenían tonos verdes, rosas y azulados. También se utilizaron materias primas similares en Mesopotamia, Sumer y Grecia.

En Roma tenían especial predilección por el carbón de rosas y dátiles, excrementos de cocodrilo, cinabrio y tierra de Quíos.

La diversidad en técnicas, estilos y factores que determinan estas expresiones, en tiempo y espacio, nos muestra también que la costumbre humana de crear su propia estampa se encuentra en casi todos los pueblos.

Oceanía es como un continente desintregado en el mayor de los mares. Melanesia, Micronesia y Polinesia son tres grandes zonas que el hombre ha establecido, contribuyendo así a dividirla una vez más. Isla de Pascua pertenece al último confín de esta disección.

La Zona de las Islas Marquesas aparece, hasta hoy, como la posibilidad inmediata del origen de su poblamiento y, la mediata, el sur asiático. Hacia el 300 D.C., los primeros migrantes introducen no menos de 120 especies vegetales y, como único animal terreste, la gallina. Tanto la grasa de esta última, así como la caña de azúcar debían servirle de medio para fijar las pinturas corporales y rupestres. La planta del Ti para su tatuaje, la Púa para el color amarillo y la Pía para el rojo.

No debemos olvidar, sin embargo, que el acervo cultural introducido por estos primeros migrantes, no sólo se reduce a lo material sino, principalmente, a las creencias en las cuales e afinca todo el proceso que allí se desarrollará. Así por ejemplo el MANA es un fuerza impersonal que puede heredarse por los Ariki directamente de los antepasados u obtenerse mediante el prestigio alcanzado.

El MANA posibilita el éxito, el MANA puede lograrlo todo. Los Ariki, poseedores del MANA no sólo gobiernan por el poder que este les otorga, sino que ello les permite establecer el tabú (tapu), prohibición que genera el mando, ya que prohibir significa tener el poder. La creencia en los antepasados (Aringa Ora) está relacionada con el MANA, ya que éste es transmitido a través de los ojos de grandes estatuas megalíticas (Moai), colocadas sobre los Ahu (plataformas ceremoniales). Desde ellas fluye la experiencia y el éxito que aseguran la supervivencia: la pesca, el cultivo, etc.

Estos primeros pobladores habían arribado a una isla desolada, poblada sólo con algunos helechos y un árbol: el Toromiro. Obtuvieron el color blanco del Marikuro, el negro de carbonizaciones y otro rojo, de la tierra Ki’ea. Habían logrado encontrar una aguja en un pajar, “la isla más isla del mundo” y en ella crearon la cultura más espectacular del Pacifico insular.

Recién en 1722, fecha en que el holandés J. Roggeveen descubre la isla para nuestra cultura occidental, tenemos informaciones sobre la pintura corporal y el tatuaje:
En 1722. C.F. Behrens “… pintados con un rojo encendido que es más fuerte que el que nosotros conocemos. No pudimos averiguar cómo estos isleños preparaban un color tan bello”.

En 1770, Felipe González de Haedo “… se dan en el rostro con una pintura como azarcón encima varias listas de blanco, siguiendo desde la barba hasta los pies diferentes dibujos picados con muchas líneas primorosamente hechas por su igualdad, trayendo igualmente pintados en los costados unos ídolos a quienes daban el nombre de Pare”.

En 1744, J. Cook … el tatuaje de sus piernas estaba dividido en comportamientos cuadrados de un gusto que no he visto en ninguna parte”.

En 1816, Kotzebue “El tatuaje azulejo de líneas anchas que sigue con arte la dirección de los músculos produce una impresión agradable sobre el fondo moreno de la piel. Algunos jóvenes se distinguían por su cutis mucho más caro”.

En 1825, Beechey “… Algunos tenían sus caras pintadas de negro y algunos de rojo; otros de negro y blanco…”

En 1864, E. Eyarud, el primer misionero y poblador escribe: “Se pintan con mayor esmero, requieren los servicios de una mano ejercitada en el arte de fijar colores y trazar sobre el rostro líneas caprichosas que les parecen de un efecto maravilloso”.

Posteriormente también se recogieron tradiciones orales, como esta leyenda que nos habla del origen de la pintura corporal: “Ko Vie Kena y Ko Vie Moko regalaron a sus hijos Heru y Patu algunos canastos (Kete) con Púa, Toa Paka (caña de azúcar), Gnaráhu, Ki’ea, Marikuro y dos Ipu (calabazas); ambos se encaminaron a “Ko Te Ana Tahúru Ta Mata Poa Onga Arepa A Heru A Patu”, “La caverna en donde, en la piedra, se pintaban dos hermanos llamados Heru y Patu”. De regreso a Orongo, ya pintados, Heru el mayor dijo: “mírame como me veo hermano” y Patu respondió: “Mai Mahina Taka Taka”, -“como la luna llena”-, y Heru dijo a Patu: “Mai Koviro Mea Mea”, -“ahora tú eres rojo como la luna nueva”-. Ellos enseñaron a pintarse al resto de la gente”.

Tatuarse, pintarse, amarrarse el pelo sobre la cabeza en un moño (Pukao) y teñirlo de rojo, obedecen al simbolismo no sólo referente a los colores, sino también a los motivos representados: pájaros, lagartos, sol, luna, anzuelos, que además nos indican su evidente procedencia oceánica. El carácter tan particular que adquieren estas expresiones, se explican por el total aislamiento de 1.500 años y valoran la creatividad de esta cultura.

Como las grandes esculturas de piedra son retratos de sus antepasados, es que también fueron pintadas, grabadas (tatuadas) y provistas de un moño rojo. Pintaron también artefactos, cavernas y recintos ceremoniales, legándonos un mundo lleno de colorido, un mundo vivo que recién estamos vislumbrando.

Durante 1.000 años la cultura fue consolidándose paulatinamente hasta que en el 1.200 de nuestra era alcanzó su apogeo. Sin embargo, el aumento de la población a unos 15.000 habitantes, el agotamiento de la tierra, la falta de alimentos, más el fracaso de las técnicas para movilizar estatuas de hasta 9,8 m. de altura, provoca la caída del prestigio de los antepasados al no poder ser trasladados, produciendo además innumerables conflictos internos, guerras inter-Mata y, finalmente, el término de la creencia sobre la transmisión del MANA a través de los ojos de los ancestros.

Hacia el 1.600 el culto a la fertilidad que se realiza en Orongo adquiere primacía, ante el fracaso de los antepasados locales, y el MANA será enviado por los ascendientes remotos de MARAE RENGA, a través de el pájaro MANU-TARA; su huevo es ahora el símbolo que conlleva el MANA.

Si el principal objetivo de la arqueología es reconstruir el pasado para mejort entender el presente y tratar de vislumbrar algo del porvenir, la tendencia actual de la investigación antropológica va de la multi a la inerdisciplina.

Así como el sabio universal ya es un mito, así también no hay disciplina que por sí sola lo explique todo.

Las fotografías de T. Elssaca son una valiosa contribución del arte a la iconografía insular, un aporte a la visión antropológica de este mundo perdido; impresionan porque ha sabido integrar el desolado paisaje de los hombres de piedra con los hombres de carne y hueso que aún perduran…

JORGE E. SILVA O.
Catedrático de Arqueología y Paleohistoria
Universidad de Valparaíso – Chile
Asesor Expedición Jacques Cousteau

Theodoro Elssaca en la mítica ciudadela de Orongo, plataforma ceremonial de Rapa-Nui. Detrás se ven los islotes: Motu Nui, Motu Iti y Motu Kao-Kao.

Jorge E. Silva O. (1922 -1998) y Theodoro Elssaca, recuerdan las experiencias que vivieron juntos, y con Jacques Cousteau, en sus Expediciones a Isla de Pascua.
Estas investigaciones se cristalizaron en varias conferencias visuales, exposiciones itinerantes y libros bilingues, que han significado un enriquecedor aporte.

(Foto tomada por Lupe Arcuch, en 1996).