AL-ÁNDALUS
Un Periplo a las Raíces Culturales de Ibero América en el Bicentenario de Chile

Portada de la Revista "Caballo de Fuego", Edición Especial del Bicentenario, Chile 2010, donde ha sido publicado este ensayo vivencial de Theodoro Elssaca.

Estoy en medio del millar de marmóreas columnas en la Mezquita de Córdoba, construida por Abd Al Rahmán, el año 785, siendo el santuario más importante del Califato del Islam occidental. Gozó de su mayor esplendor durante el Emirato Omeya de Córdoba, un linaje árabe que ejerció el poder califal, primero en Oriente, con capital en Damasco y luego en Ÿazirat Al-Ándalus, Isla de Al-Ándalus derivado de Ÿazirat Al-Atlasi por la Atlantis, nostalgia de la Atlántida. Así se origina el nombre que los árabes dieron, en un principio, a toda la península de Iberia. Hicieron de Córdoba su capital universal y la Mezquita estuvo entre sus mayores tareas, considerada hoy una de las obras de arte más relevantes de todos los tiempos.

La Córdoba árabe llegó a ser la ciudad más rica y suntuosa del mundo conocido. Aquí, donde estuvieron Colón y los Reyes Católicos, después de la ocupación cristiana que la transformó en la Mezquita-Catedral, he decidido iniciar mi travesía en un viaje con todos los sentidos por las raíces árabes de nuestra Ibero América.

Me sumerjo en la marejada de sus arcos bicolores, cualidad que se da por la alternancia de ladrillo y piedra que han sido testigos de la intensa vida litúrgica, social, política y cultural de ambos mundos.

Camino ceremonial por el bosque de columnas árabes, paso junto al mihrab donde la al-quibla indica la dirección a “La Kaaba” (la Ciudad Sagrada de la Meca), para dirigir la “Salat” (oración); voy escuchando los cantos corales en medio del incienso, sin ver a nadie, hasta encontrar en su centro la Catedral incrustada en la Mezquita. Los sacerdotes ofician una misa de antigua tradición, rodeados por la sillería tallada en caoba, madera preciosa traída en el 1700 desde Cuba. Son más de 280 sitiales con escenas y figuras humanas totalmente esculpidas por el artífice Duque Cornejo, que dedicó la última parte de su vida a esa labor y cuyos restos se encuentran sepultados en el acceso a ese lugar.

El Patio de los Naranjos, otrora Patio de las Palmeras, es dominado por la fuente del agua y la Torre del Campanario, que cubre el Alminar de Abd Al Rahmán III, configurando una vez más la mezcla de las culturas que formó este riquísimo patrimonio que se refleja hasta hoy en nuestro idioma, las ciencias, la arquitectura y las artes que resumen la gloria alcanzada por la influencia árabe que continúa su contribución vigente y dinámica evidenciada en la toponimia y el fenotipo de sus gentes al recorrer las calles contemporáneas.

Asentada a orillas del Guadalquivir, Córdoba representa la cuna y la cumbre de la sabiduría y el conocimiento, ciudad natal del Filósofo y Médico andalusí Averroes, autor del tratado “De Substantia Orbis”, hermanado con el pensamiento del filósofo persa Avicena, y con el de Al-‘Arabí, conocido en la tradición sufí como “Maestro Máximo”. El andalusí Muhyiddin Ibn Al-‘Arabi de Murcia, es considerado uno de los pensadores más influyentes de los últimos ocho siglos en todo el orbe islámico y en particular, el más penetrante y completo exponente de las doctrinas del sufismo, dimensión esotérica e iniciática del Islam, también expresada en la tradición secular de la armonía de la música de las esferas, y en el centellante giro en el sentido de los planetas “samaa” de los derviches danzantes.

Córdoba también nos ofrece su Alcázar de los Reyes, a pasos del Puente Romano, la Torre de la Calahorra, los Baños del Alcázar Califal, la Casa Andalusí y los Museos: Julio Romero de Torres y el de Bellas Artes. En sus alrededores cruzando los campos de los olivos y la vid, en las estribaciones de la sierra, se encuentran el Almodóvar del río y la Madinat Al- Zahra.

Mientras se va el atardecer recorro la Plaza de las Flores, la Plaza del Potro, la Plaza de las Tendillas, la Plaza de la Corredera, y las columnas del Templo Romano de la época en que nació aquí el erudito filósofo Séneca y su sobrino el poeta Lucano. Se encienden los patios interiores de Córdoba y surge la fragancia inconfundible del azahar, los alhelíes, el nardo y el jazmín, junto al murmullo de las fuentes de agua, que me invitan a sumergirme en el encantamiento de los salones califales y la sensualidad de las danzas del oriente.

Siguiendo la huella dejada por los Califatos, continúo mi búsqueda del Legado Andalusí en pueblos y villas. Así es como llego a Espejo, medito junto a sus murallas árabes y bordeando el río Guadajoz, alcanzo a Baena, cuya Almedina conserva su aire oriental, porque fue un activo centro administrativo y agrícola. Me detengo en Montemayor, verdadero pueblo-fortaleza, originado el año 2000 A. C. y ordenado en torno a un gran castillo medieval, de construcción original musulmana que conserva sus arabescos.

Entro a “La Villa y Castillo de Montilla”, concedida como señorío en 1257, por Alfonso X el Sabio. Caminando por sus calles, diviso el Palacio de los Duques de Medinaceli y admiro la casa en que el escritor e historiador hispanoperuano Inca Garcilaso de la Vega vivió y escribió parte de su obra entre los años 1561 y 1591; nacido en Cuzco, fue llamado el “Primer mestizo biológico y espiritual de América” y “Príncipe de los escritores del Nuevo Mundo”.

Cerca de ahí paso por Aguilar de la Frontera, que se hiciera famoso por la rebelión muladí de Omar ibn Hafsun en el siglo IX. Subo el escarpe rocoso llamado El Peñón del Moro, para ver las murallas y las torres de su pasado andalusí.

Cruzando por la actual ciudad de Lucena, veo su reformado Castillo Musulmán y sigo mi camino hacia Cabra, arrullada por arboledas y manantiales, rica en los hallazgos del Paleolítico Superior. Aquí también encuentro su antigua mezquita con 44 columnas de mármol rojo, utilizada ahora como iglesia. Sigo por Carcabuey, transliteración de Karkabul, que en árabe significa “Puerto de Montaña”, llamada así por estar en los confines de las sierras subbéticas.

A través de los bosquecillos de arces, almeces y acebuches, diviso al gato montés trepando la hondonada y en el cielo el águila real y el halcón peregrino, legendarios protagonistas de la cetrería árabe.

En Priego continúo mi búsqueda y descubro que su nombre árabe es Baguh, según el historiador Ibn al-Jatib es el punto de entrada de los soldados egipcios que llegaron a la Península el año 745 y se establecieron construyendo fortalezas en los altos cerros. De uno de esos recintos surge la Medina de Baguh. Después se instaló aquí Ibn Mastana, del movimiento muladí, señor de Priego y Luque. Aún vemos su pasado andalusí en el castillo, el Barrio de la Villa, el Alfar de Cerámica y numerosas torres atalayas en sus alrededores.

Descanso en Zuheros, originalmente llamado Subayra, que significa peña en árabe y que se destaca por su castillo de fundación musulmana equilibrado en la cumbre de un enorme risco.

Muy cerca está Luque, con su inconfundible castillo construido por Mohammed I en el siglo IX y reconstruido por los Nazaríes en el siglo XIII.

Exploro la campiña de Jaén, nombre árabe que significa “parada de caravanas”, porque efectivamente, era una parada obligada. Aquí se encuentra Alcaudete, que recibió al gran Tariq ben Ziya el año 711 cuando llegó a la Península Ibérica, y gracias a ello hoy está rodeada de olivos, vides y huertas. Luego descubro Hisn al Uqbin el antiguo “Castillo de las Águilas”, transliterado hoy a Locubín, del cual quedan vestigios en el sector de la Villeta.

Entro triunfal en Alcalá de la Real, en su origen “Qalat”, que se puede traducir como “población fortificada” o “alcázar”, y es la llave del Valle del Guadalquivir y de la Vega de Granada; por ello es una llave el símbolo central de su escudo, esta llave la dominaron los árabes por más de seiscientos años. Alrededor de Granada recorrí otros pueblos como: Moclín, Colomera, Pinos Puente, Güevéjar, Cogollos Vega, Alfacar y Viznar, encontrando claramente la influencia árabe en todos ellos.

Granada ha sido la capital del último reino musulmán de la Península Ibérica, ascender a su cumbre es un viaje subyugante que nos sumerge en más de 800 años de cultura mozárabe cuando se recorre el rico conjunto arquitectónico palaciego y la fortaleza (alcázar o al-Ksar), donde residían el Monarca y la Corte del Reino, el Palacio de la Alhambra y El Generalife, la villa con extensos y magníficos jardines que era utilizada por los Reyes Nazaríes como residencia de verano, su feérica atmósfera me evoca escenas de los cuentos de Las Mil y una Noches.

Estos conjuntos son uno de los tesoros más preciados de la humanidad, el embrujo que irradian las fastuosas fortalezas, palacetes y templos continúa en barrios de indeleble impronta andalusí, como El Albayzín con sus cármenes, derivados de la palabra árabe karm “jardín” o “viñedo” y que es un tipo de vivienda granadina autóctona de esta colina unida a un huerto ajardinado con un armonioso maridaje arbolado en las laderas: albaricoques, azucenas y granadas, mitigan los rigores del calor junto a la fuente del agua en medio de trinos. Santiago Rusiñol dice sobre los cármenes: “ … tienen su carácter heredado de los árabes, su tradición propia y su propio estilo”.

La ciudad mantiene el trazado del periodo de la Dinastía Nazarí que a su vez se constituye como un entramado de murallas, palacios y antiguas mezquitas de maravilla abrumadora en las márgenes del río Darro.

Al anochecer subí al Sacromonte, donde se encuentran los más auténticos “tablaos flamencos”, dentro de las cuevas donde hoy habitan las gitanas y que fueran perforadas hace siglos en la roca viva por los árabes para guardar ahí sus hermosos y valerosos caballos. Al bajar por la cuesta de Chapiz, se llega al Paseo de los Tristes, desde donde se puede ver La Alhambra y sus Palacios iluminados por la luna, enigmático ojo desde la bóveda de los astros donde moran sus ancestros, imagen que me pareció la inspiración para los célebres “Cuentos de la Alhambra” de Washington Irving. Cerca, el Puente del Aljibillo, las estrechas callejas y la “Fuente del Avellano” que fue también el lugar de reunión para la “Cofradía del Avellano”, el grupo literario presidido por Ángel Ganivet.

Al llegar a este punto y viendo a un mendigo recuerdo los versos que se encuentran en una placa en La Alhambra, antes de entrar al Alcázar: “Dale limosna, mujer,/ que no hay en la vida nada,/ como la pena de ser,/ ciego en Granada”, escrito por el poeta Francisco Asís de Icaza y Breña.

Una mañana fui recibido en la Casa del poeta granadino Federico García Lorca, que se conserva intacta, donde tuve la oportunidad de escuchar su piano tocado por una misteriosa visitante, y ver las obras y cartas de sus amigos, entre ellos: Alberti, Dalí y Buñuel. También pude rendirle un tributo declamando uno de mis poemas en su escritorio, desde el que se puede apreciar La Huerta de San Vicente, que rodea la casa.

Siguiendo mi travesía el tren me llevó hasta Málaga, dos ríos, el Guadalmedina y el Guadalhorce la atraviesan desembocando en el Mediterráneo. En esta ciudad nació Pablo Picasso, donde hoy se encuentran parte de sus obras y su casa natal, que también visité, así como la fundación del poeta malagueño Manuel Alcántara.

Recorrí la fortaleza mora de la Alcazaba que se levanta sobre una doble muralla y torres rectangulares. Formó parte del sistema defensivo de la Málaga árabe y estuvo unida a las murallas de la ciudad. Desde la rampa de acceso que discurre en zigzag comienza la calle Alcazabilla, y pude apreciar como sus murallones escalan la montaña. También escudriñé la magnífica construcción del Castillo de Gibralfaro que data de principios del siglo XIV cuando fue mandada a construir por Yusef I de Granada sobre un antiguo emplazamiento Fenicio y Faro de los que derivó el nombre del castillo: Gebel-Faro (Peñón del Faro), donde se levantan majestuosos sus torreones sobre el bosque.

Desde Málaga continué por Mijas, pequeño pueblo blanco suspendido sobre la costa, de parajes sinuosos y espléndidos miradores. Los árabes entran en Gibraltar y desde Algeciras ocupan casi todo el territorio peninsular, a partir del año 711. Mijas fue conquistada por Abdelaziz, hijo del caudillo Muza, mediante un pacto con los pobladores hispanogodos, pasando a denominarse Mixa. Edificaron una mezquita y ampliaron el núcleo urbano que entonces era muy pequeño. La lengua y la cultura árabe se asimilan progresivamente y empieza un proceso de islamización que acabará con la práctica de la unificación religiosa de todo el territorio bajo el Islam, porque a diferencia de otros conquistadores, que destruyen, incendian, exterminan a la población y abandonan las ciudades, los árabes en su extensa aventura civilizadora permanecen por casi un milenio y traen su álgebra, los instrumentos para la navegación, sus conocimientos astronómicos, el astrolabio y las ciencias que fueron indispensables para que los grandes navegantes y descubridores como Colón y Vespucio osaran hacer sus arriesgados viajes. Los árabes venían para quedarse y convivir con las culturas conquistadas, respetando las otras dos religiones monoteístas: judíos y cristianos, configurando la gran fragua de las culturas.

Mijas pasó a formar parte del reino Nazarí. Los sistemas de regadío, los aljibes y los cultivos traídos por los musulmanes se pueden ver en las calles de Mijas de bello estilo árabe. Los mijeños actuales son la mezcla de cristianos que llegaron del norte con los musulmanes que se quedaron.

Me interno por las sierras y adentrándome por paisajes insospechados llego a Ronda, para descubrir la ciudad sobre la que el poeta Rainer Maria Rilke escribiera “He buscado por todas partes la ciudad soñada, y al fin la he encontrado en Ronda … No hay nada más inesperado en España que esta ciudad salvaje y montañera”. Con la llegada de los árabes, Ronda recuperó la importancia perdida.

Reanudo mi viaje para arribar a Jerez de la Frontera, que durante el imperio musulmán fue conocida como Scherisch y vivió una etapa de gran desarrollo, construyéndose su sistema defensivo y configurándose el trazado urbanístico del actual Casco Antiguo. Uno de los mayores legados de la transculturación sarracena es el prodigio del caballo árabe que hoy es la simiente de las razas equinas actuales, donde la Escuela Ecuestre de Jerez de la Frontera y las fincas cartujanas se destacan por sus ejemplares cuya belleza, fuerza y espectacularidad son signo de distinción.

Me traslado a “El Puerto de Santa María”, donde se encuentra la Fundación Rafael Alberti, para hacer una donación de fotografías que le tomé al poeta junto a su amigo chileno Roberto Matta. En la fundación fui amablemente recibido por la viuda del poeta y actual presidenta de esa institución, la escritora María Asunción Mateo, que me dio a conocer en detalle el valioso legado del vate, luego que le regalara también mis escritos sobre el encuentro y la amistad con Alberti en los años ´80.

La ciudad se sitúa sobre la ribera del río Guadalete -del árabe Wadilakka- que nace al norte de la Sierra de Grazalema, y desemboca en la bahía gaditana, próxima al Peñón de Gibraltar. Este río da el nombre a la batalla en la que el rey godo Rodrigo fue derrotado por las fuerzas musulmanas comandadas por el caudillo Táriq Ibn Ziyad, quién culminó aquí su proceso de liberación de estos territorios y sus pueblos. La derrota fue tan completa que significó el final del opresor estado visigodo en Hispania.

Culmino este enriquecedor periplo en la fascinante Sevilla, rodeada por los cortijos y sus fragantes olivares. Entro a la capital actual del Al-Ándalus, por la Plaza de España y el Parque de María Luisa. Detrás de las cúpulas y minaretes cae el oro de la tarde y la fría noche va encendiendo los antiguos fogones de las castañas calientes, camino al Tablao El Arenal, donde las mujeres lucen los llamativos flecos de los mantones, otro elemento de influencia arábiga que incorporaron los españoles. Con palmas y castañuelas el Cante Jondo y el Flamenco refunden los elementos del folclore morisco, árabe-andaluz-oriental con elementos traídos por los gitanos desde Pakistán, pasando por Egipto y Palestina.

En los días siguientes recorro la Sevilla Árabe de los Jardines de la Buhaira, La Torre del Oro a orillas del Guadalquivir navegable. La imponente Giralda que gira en el viento y que fue diseñada a semejanza del alminar de la Mezquita Kutubia de Marrakech, y la Catedral de Sevilla, ambas construidas sobre la Mezquita Mayor. El Puente de Triana y la Mezquita Ibn Addabás, hoy la Iglesia de San Salvador. Las Murallas Árabes colmadas de caligrafías y símbolos, entrando por las estrechas calles sinuosas y adoquinadas del Casco Antiguo de Santa Cruz, donde escuché la melodía del laúd, que me acompañó a sus mercados aromados por las especias: estragón, romero, cúrcuma, eneldo, tomillo y azafrán. La Basílica con los patios de naranjos y los “sahn” o patios de abluciones para la purificación del cuerpo y el alma “tahara”. El Palacio de Lebrija y el Real Alcázar con sus albercas o “howz”, zaguanes y laberínticos jardines, la coloratura en la azulejería mudéjar, los alféizares, ornamentos y artesonados, los mosaicos, el refinamiento de la filigrana de orfebrería, las joyas místicas, las pedrerías, talismanes y gemas de poder, las cerámicas y vasijas, los muebles donde relucen la marquetería y el nácar, las alfombras y tapices, y es que Andalucía ha atesorado la desbordante herencia arábiga que hizo de la naciente España un reino pujante y próspero. La impronta árabe ha quedado grabada a fuego como testimonio de una cultura que cambió la fisonomía de una parte de Europa y del mundo, y que hoy sigue asombrándonos por su vigencia y exhuberancia.

En la casa de Federico García Lorca en Granada, Theodoro Elssaca realizó un sentido tributo a este gran escritor andaluz, declamando sus poemas junto al escritorio de Lorca, ubicado en la intacta habitación del poeta, altura desde la que se puede apreciar La Huerta de San Vicente que rodea la casa.